La idea básica es que, hoy en día, el consumo es una de las actividades fundamentales en nuestra sociedad global, y que influye de tal manera en unos y otros (los que consumen y los que no pueden consumir pero quisieran) que necesita una fundamentación ética. A partir de aquí, la autora primero expone el problema en sus justos términos, huyendo de extremos; después, repasa exhaustivamente las teorías vigentes sobre el consumo, casi todas de índole económica y no filosófica, ni menos moral, para finalmente dar unas conclusiones y lineas de actuación en los dos capítulos finales.

El esquema está muy bien. Quizá la parte central sea más pesada, más académica, y uno, que no es experto en la materia, se pierde, e incluso se aburre, entre todos los economistas y filósofos que utiliza. Pero supongo que es el precio académico que hay que pagar para llegar a unas conclusiones que, al final, son las mismas que ya decía mi madre: vive un poco por debajo de tus posibilidades. En honor a la verdad, la autora añade la necesidad de un asociacionismo de consumidores no orientado a la reivindicación más o menos puntual, sino a conseguir y ofrecer información veraz y completa sobre lo que se puede consumir, para que así el consumidor pueda salir reforzado.

Me ha gustado que huye de maniqueísmos (ni los productores ni el márketing lo controlan todo, ni tampoco los consumidores son absolutamente soberanos) y que trata siempre de pegarse a la persona concreta, al hombre y mujer de la calle que sale a comprar (que no "de compras", que es otra interesante distinción en la que insiste la autora) y que quisiera estar mejor informado al respecto. No me ha gustado que, siendo patente muchas veces el sustrato religioso que está detrás de sus ideas (por ejemplo, la paráfrasis, aquí sí explicitada, de la I Carta de San Juan: ¿cómo va a amar a Dios, al que no ve, el que no ama a su hermano, al que ve?), no lo haga explícito; parece que le diera miedo, no sea que en la editorial (que, no lo olvidemos, es del grupo Santillana), o en el Departamento universitario, le vayan a tachar de meapilas o de vendida al PP. Muchas de sus afirmaciones se entenderían mejor utilizando una simple frase evangélica, o incluso algún que otro documento eclesial, que párrafos enteros dedicados a no se sabe bien qué economista norteamericano de última ola. En todo caso, merece la pena. Lo compré porque leí una crítica buena en la revista "El Ciervo". ( )