Al hilo de la reconversión del autor al catolicismo practicante, diserta sobre cómo ve él la fe y la Iglesia hoy en día. Pero lo más atractivo es que no lo hace desde una posición petulante de presunto sabio, sino contando simplemente las cosas como las ve él, o como a él le pasaron. Algunas anécdotas personales remarcan mejor esta idea. El resultado es muy atractivo, la verdad. Aunque a veces se deja llevar por temas de actualidad sobre la política religiosa, por ejemplo con los musulmanes, lo cierto es que la mayor parte de sus reflexiones son bellas por ser personales, llegan por ser propias de un ser humano. Como buen converso, Puig se decanta más fácilmente por cierto conservadurismo, pero lo hace con sentido común. Muy intreresantes, así, las páginas en las que alaba a las instituciones, que son falibles, naturalmente, pero que ayudan al ser humano a enfrentarse con la infinitud, con la eternidad. Por eso la Iglesia es útil, a pesar de sus muchos y graves errores. Lo instituido, la tradición, las costumbres heredadas, la cultura propia, no son algo de lo que debamos avergonzarnos o que debamos rebajar frente a otras formas de ver la vida, la belleza o la moral sino, al contrario, afirmarlas para poder dialogar con otros. Sólo si conozco y amo mi lugar puedo apreciar el lugar de los demás. En eso tiene razón. ( )