Miguel Sousa Tavares

Tavares es, desde luego, un periodista. Parece que su interés es contarnos su historia y lo hace empezando por el principio y por su orden. Solo en un momento es necesario echar la vista atrás, para explicarnos los orígenes del cónsul enviado por Inglaterra a en São Tomé y de su irresistible esposa. Nada altera el relato, lo que no quiere decir que sea rápido, sino que no se aparta de su camino. Nos cuenta directamente y sin ambajes todo lo que cree que puede sernos útil para estar bien informado de la cosa, incluyendo ochenta páginas de la vida del protagonista previa al comienzo del asunto, es decir, a su nombramiento inopinado como gobernador de la remota isla por un encargo personal y francamente complejo del rey Carlos I. También dedica muchgas, demasiadas páginas, a la historia del cónsul y su mujer, que podía haber resuelto de otro modo.

Como buen periodista, escribe muy claro. No solo nos enteramos perfectamente de todo lo que hay que saber sobre la trama o sobre los sentimientos del protagonista (nada de los demás personajes), sino que también quedan claras las intenciones morales o ideológicas del autor. Se trata de mostrar la hipocresía de una sociedad colonial que formalmente había abolido la esclavitud pero que mantenía a los negros en una situación muy parecida. En medio, una historia de pasión sexual que, como cabía esperar, acaba estropeando su misión política. Y el gobernador siempre aparece intachable; si fracasa, no es por falta de ganas o de convicción moral, sino por la insidia de los retrógrados y materialistas hacenderos locales, que es que hay que ver lo mala que es la gente que se enfrenta al progreso.

Como digo, todo esto lo cuenta Tavares con mucha eficacia, y así la novela se lee muy bien, con mucho gusto. Pero no es escritor de raza. No disfruta con los juegos literarios, ni gusta de los matices o de utilizar las técnicas narrativas para abrir el abanico de posibilidades. Tampoco es historiador, con lo que no es capaz de mirar más allá de la perspectiva de su personaje, enfangándose en un maniqueísmo de buenos y malos que, hacia el final, acaba cansando un poco. En muchos momentos, parece que juzga a los cuasi-esclavistas o a los funcionarios coloniales con ojos de hombre de hoy, como un periodista, pero no como un historiador ni como un escritor.… (más)