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Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord (1754–1838)

Autor de Memorias de Talleyrand, obispo de Autun

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Créditos de la imagen: Courtesy of the NYPL Digital Gallery (image use requires permission from the New York Public Library)

Obras de Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord

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Esta edición reproduce la de la editorial Mateu de 1970, y en realidad es una selección de los cinco tomos de la edición original francesa, en la que el traductor (y supongo que editor también) dice recoger todo lo relativo a España y también lo más importante del resto. Probablemente esto explique que, en la práctica, este texto se centre en determinados momentos de la larga vida de su autor: los inicios de la Revolución Francesa, el imperio napoleónico, la caída del emperador y el Congreso de Viena, y algunos años de los reinados de Luis XVIII y Carlos X.

Aun así, lo primero que impresiona es precisamente esto, la larga vida activa de Talleyrand, que es testigo privilegiado (perdón por el tópico, pero es que es verdad) del paso del Antiguo al Nuevo Régimen. Llega al uso de razón en una Francia todavía casi feudal y muere con el liberalismo triunfante e incuso las democracias en ciernes. No me extraña que, al final de sus días, proteste de cansancio y de perplejidad; no es para menos.

Talleyrand fue muchas cosas, pero aquí se nos aparece ante todo como diplomático. La parte que más me ha interesado es la que dedica a describir con todo detalle las complejísimas negociaciones que conocemos como Congreso de Viena y, aunque cabe suponer que en unas memorias el grado de autocomplacencia y autocomprensión es muy grande, hay que reconocer que consiguió que Francia no fuese tratada como una potencia vencida, sino como parte de los vencedores. Eso tiene mucho mérito.

En este libro se transcriben bastante cartas y documentos, más hacia el final (supongo que la intención del autor era utilizarlos como base de un texto elaborado, pero no le dio tiempo), todos muy interesantes, por más que siempre haya que mirarlos con cierta distancia crítica. A los ciudadanos de a pie nos llama mucho la atención el modo en que los poderosos tejen y destejen los destinos de los demás. La Europa post-napoleónica es un auténtico mercado de territorios y personas más parecido a un bazar persa que a una conferencia de naciones. Pero también se aprecia aquí con mucha claridad la idea de Europa como entidad política propia. Naturalmente, cada país trataba de arrimar el ascua a su sardina, y no dudan en hacerse la guerra unos a otros por tal o cual trozo de tierra, pero parecen sinceros cuando afirman buscar la paz y la prosperidad de todo el continente, porque solo eso es garantía de la de sus respectivos países. Mucho tendrá que andarse para que esto se haga visible en auténticas instituciones europeas, pero, en estos tiempos de euroescepticismo, bueno será recordar que, sin una idea de Europa común, solo llegamos al desastre.
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caflores | otra reseña | Oct 29, 2017 |

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