Un viejo conocido reclama al detective Archer para que investigue el secuestro de un magnate del petróleo. En una América poseída por la codicia y la violencia, tras la Segunda Guerra Mundial, las vidas han perdido valor y el dinero reemplaza cualquier creencia. Pero, como sabe Archer, a veces hay que mirar más cerca para darse cuenta de que la ambición no conoce ni a padres ni a esposos.

Lew Archer no es tan divertido como Marlowe ni tan duro como los detectives de Hammett. A cambio, es bastante más humano. Hace su trabajo, y lo hace bien, pero a la vez deja traslucir sus sentimientos y pensamientos (no demasiado, esto es una novela de detectives americana), incluyendo sus dudas, perplejidades y errores. A través de él, MacDonald nos presenta una California todavía semi-salvaje, como sin acabar de salir de la Gran Depresión, pero ya con atisbos de lo que luego sería la capital del glamour. Las Vegas todavía es un villorrio casi desconocido, y las urbanizaciones de lujo apenas están diseñadas. Pero todo ello ya está apuntado aquí, en una estupenda novela que, por lo demás, cumple con todos los cánones del género. Como no podía ser de otro modo. ( )