La producción de Pereda se interpretó en su época como una síntesis de tradición y novedad. A través del mito de la Montana, actualizado, con un tono bucólico y una visión costumbrista y regionalista, Pereda lucha en esta obra contra la insensibilidad y la abulia ciudadanas.

Vale, que sí, que este Pereda es un reaccionario, carca hasta la suela de los zapatos; que la novela está al servicio de un patriarcalismo desfasado; que refleja un mundo que, en realidad, no ha existido nunca; que idealiza hasta extremos sonrojantes; que apenas hay acción que merezca este nombre; que hasta el habla montañesa está falseada. Que ya lo sé, que todo eso es verdad, y algo más. Si ya se ocupa el editor de repetirlo hasta la saciedad en la introducción (demasiado larga, para mi gusto) y en las notas (generalmente entorpecedoras, aunque por fortuna no son demasiadas). Pero todo aquel que guste de leer sin más quedará encandilado con esta novela. A lo mejor es que, como no hay propiamente "malos", y los que hay se mueren ellos solos, uno se puede remansar en el valle cántabro y, como el protagonista, mandar a paseo los ajetreos de la vida "de Madrid" para quedarse a vivir en la tierra... aunque esa tierra no sea real ni nunca lo haya sido. Puede que sí, que sea eso lo que te deja un buen sabor de boca al final, y entre medias también. Puede que sea eso lo que hace que esta novela siga siendo un clásico, aunque la corrección política imperante la haya relegado al desván. Puede que en el desván no se esté tan mal, después de todo. ( )