Publicada en 1902, Cañas y barro es sin duda una de las novelas donde el vigor expresivo de Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) alcanza una de sus cotas más altas. Situada en el agreste escenario de la Albufera valenciana, que parece prestar a la obra su poderosa violencia, la obra narra la declinación del humilde clan de los Palomas, encarnada en la figura trágica de su último vástago, Tonet -individuo abúlico y de débil personalidad-. En el conflicto generacional entre abuelo y padre por una parte, esforzados extractores de los magros recursos que ofrece una naturaleza salvaje, y el hijo que rehúye una tradición de trabajo a cambio de una existencia especulativa, se puede advertir un trasunto de las tensiones que latían en una España convulsionada entre dos siglos.

Los amores de Tonet y Neleta, habitantes de la Albufera, son la excusa argumental para que Blasco nos retrate un mundo anfibio y primitivo. Desde su perspectiva, los habitantes de esta zona de Valencia todavía están en un estadio de evolución prehistórico, son cazadores-recolectores, y se diferencian claramente de sus vecinos inmediatos, tan pobres como ellos pero ya agricultores. Por supuesto, nada tienen que ver con la ciudad, apenas unos kilómetros más allá pero como si estuviera en otro planeta, incluyendo la dueña de la Albufera, la "señora Hacienda", que solo se hace presente una vez al año para llevarse un pequeño tributo en plata que escuece a los pescadores precisamente porque a "esa señora" no la conocen de nada. El autor nos detalla sus formas de vida, su manera de pensar, sus grandezas y sus miserias espirituales y morales (las materiales no parecen importarles mucho) y también, de manera espléndida, los paisajes de la zona: el lago propiamente dicho, sus difusos bordes, la tierra firme o "dehesa", las barracas diseminadas y los pequeños pueblecillos que viven alrededor de la taberna. Algunas veces, sus descripciones de costumbres son auténticos documentos antropológicos, como la narración del sorteo de los lugares de pesca. Lo que no hace el autor es soltarnos sermones, aunque su forma de ver las cosas es bastante evidente. Simplemente hace que nosotros veamos el mundo a través de sus palabras y de la vida de sus personajes. Por eso es esta una grandísima novela.

Estilísticamente está narrada casi toda de forma indirecta. No hay diálogos y solo de vez en cuando, sobre todo hacia el final, cuando la acción se acelera, los personajes dicen algunas frases por sí mismos, siempre en valenciano. Pero al leerlo he tenido muchas veces la sensación de estar escuchando algún documental de esos que hablan de los animales del Serengeti o de las alturas de los Andes, siempre con cierta distancia, de manera aparentemente objetiva pero dejando traslucir el primitivismo de la vida entre cañas y barro y también la fuerza de las pasiones que poco a poco se van apoderando del libro hasta llegar a su trágico final.

Por fin, los personajes, que son fabulosos. No solo los dos protagonistas, a los que conocemos de niños y van creciendo poco a poco, sino también los impresionantes secundarios: el abuelo ("tío Paloma"), pescador respetado que desprecia a los agricultores; el padre de Tonet, serio y cabal, empeñado en rellenar a base de brazos un trozo de lago para convertirlo en tierra de labor, ayudado por la recogida "Borda", casi un animal pero fiel y enamorada; el borracho "Sangonera"; el dueño de la taberna, el más rico del lugar sin dejar de ser pobre; el cura, tan bruto como cualquiera... Toda una caterva de tipos maravillosos que se meten en tu vida gracias a que Blasco Ibáñez nos ha metido en la suya. ( )

Cómo me ha gustado la descripción de la Albufera. ( )