Lo que en un principio puede parecer una estampa cómica de una familia judía romana de finales de siglo XX, que en cierto modo y en parte lo es; en realidad es la memoria de la adolescencia de un joven romano hijo de un matrimonio mixto (padre judío y madre católica) que convive en un mundo de niños pijos (pariolini) y personajes neuróticos. En el se cuentan las galantes azañas del abuelo, por parte judía, Bepy, erotómano y adúltero impenitente que acaba siendo la verguenza familiar, arruinado y moroso; y las de su alter ego y primer socio Nanni, parvenu de la alta sociedad, arribista organizador de ridículas cacerías del zorro y arqueólogo genealogista de suspuestos ancestros de alcurnia. El centro de atención narrativo pasa del abuelo Bepy (identificable en el mítico papel de Ugo Tognazzi en el film de Dino Risi "Amici miei"), a su tío emigrado a Israel, a su primo homosexual, a su padre albino y representante errante y, por último a su madre, una sufrida madre y esposa que sueña con ser una Audrey Hepburn en el papel de Sabrino. La segunda parte del libro está protagonizada por el narrador, Daniel Sonnino, que nos cuenta, con la perspectiva que le da el paso de 15 años desde su adolescencia, el mundo de una dolescencia que se divide en los abúlicos líderes nacidos en el seno de familias adineradas, a los que correspondrían el admirado David Ruben y la nieta de Nanni Citadini, Gaia; y, por otra, parte, aquellos acomplejados, arribistas y onanistas que estarían representados por el mismo narrador, Daniel o por otros personajes como el flatulento Giorgio Sevi. Es una novela, en suma, de rememoración y balance de una adolescencia marcada, como todas, por la ineludible tiranía de las hormonas, ya sea en su versión romántica, ya en su versión más prosaica. Todo ello en un mundo jóvenes azuzados por el lujo, el éxito profesional y la promoción social con extravagantes fiestas a lo Gran Gatsby. Un mundo ridículo y neurótico visto con la indulgencia de la autoirrisión por un autor que sin duda lo conoce bien. Las interminables disgresiones del narrador pueden llegar a cansar, pero son un rasgo intencionado de la inseguridad y del continuo cuestionamiento de esa sufrida adolescencia. ( )