Agustín Fernández Mallo

Un gin con limón. Una habitación de hotel. Una isla mediterránea. Un tipo al que su chica ha abandonado creyendo que una casa no agota todos los mapas. Y un monigote atornillado a la puerta del lavabo que no deja de hablar y que, en su largo monólogo existencial, aúna literatura, la belleza del caos que se extiende ante la ausencia infinita, con ciencia, la fría rigurosidad carnívora del número exacto, del azar entendido como obra de arte que se decapita a sí misma a cada instante.

El chico que escribe la trilogía Nocilla es físico, trabaja como radiofísico y hace ya unos años fundó el movimiento postpoético. Su meta es una literatura que recoja entre sus elementos los contenidos de la ciencia. Yo he disfrutado mucho de la novela, que se va construyendo poco a poco entre horizontes de la América profunda, lugares comunes de la generación de la plastilina (o de la Nocilla) y la visión científica-poética del mundo, todo bien junto, como debe ser.