Internado en el campo de concentración de Holzminden durante la I Guerra Mundial, separado de su familia y abatido por la muerte de su hijo, el historiador belga Henri Pirenne decide emprender la composición de una Historia general de Europa, basada en las lecciones de historia económica que imparte a los prisioneros rusos con los que comparte cautiverio.

Tras sucesivos avatares acaba siendo recluido en la pequeña localidad de Creuzburg an der Verra (Turingia). Allí, en marzo de 1917, inicia la redacción de la obra. Si bien el plan general ideado por Pirenne pretendía alcanzar 1914, el armisticio entre las potencias beligerantes puso fin a su composición cuando había llegado a 1550.

Privado de acceso a ningún tipo de fuentes ni de bibliografía la "Historia de Europa" de Pirenne es considerada la síntesis del pensamiento de su autor, confrontado consigo mismo durante los meses de destierro, que posteriormente desarrollaría en obras como "Historia de Bélgica", "Las ciudades de la Edad Media" o "Mahoma y Carlomagno".

Con escritura elegante y concisa, sin notas, con fechas entre paréntesis añadidas en la edición final por su hijo Jacques, el discurso de Pirenne describe la historia europea desde las invasiones bárbaras ("Sería un grave error imaginarse a los germanos que se establecieron definitivamente en el Imperio durante el siglo V, con los rasgos y características de sus compatriotas de los tiempos de Tácito") hasta la Reforma ("Por último, la Reforma, al menos en sus comienzos, no participó menos que el Renacimiento en esta conspiración de todas las grandes fuerzas sociales en favor del poder del soberano. La hayan protegido o la hayan combatido, los príncipes se han aprovechado de ella") con la fuerza narrativa de los grandes historiadores del pasado.

La Historia de Europa de Henri Pirenne no es únicamente un magnífico libro de Historia sino también una lección inolvidable de la lucha del individuo contra la desdicha.

"Me encuentro aquí a solas con mis pensamientos, y si no consigo dominarlos, ellos se dejarán dominar por mi pesar, mi fastido y mis preocupaciones por los seres queridos y me conducirán a la neurastenia o a la desesperación. Es absolutamente indispensable que reaccione.'Hay personas -me escribe mi mujer- que se dejan abatir por las desgracias y otras a las que templa la desdicha. Es preciso querer pertenecer a estas últimas.' Voy a intentarlo por ella y por mí."

Particularmente interesantes son sus páginas sobre la guerra de las investiduras entre emperadores y papas (pág. 129-141):

"En realidad, lo que Gregorio ataca es la concepción política que hace del emperador el igual del Papa. Sustituye, en relación con los asuntos de la Iglesia, la alianza de los dos poderes, por la subordinación de uno al otro. No se diga, repetimos, que ataca al Estado. Sería más exacto decir que le despoja de su carácter clerical. En suma, quitando al emperador la investidura de los obispos, coadyuda a la laicización del Estado, y de hecho ésta cundirá posteriormente. Suponiendo que el Imperio triunfara, triunfaría la teocracia, es decir, un orden de cosas en el cual los sacerdotes gobiernan en nombre del príncipe. Por el contrario, Gregorio aleja al sacerdote del gobierno. De hecho, empuja al Estado por el camino de su laicización." (Pág. 137). ( )