«Heredera que huye, padre implacable, madre angustiada, novio en un aprieto. ¿Qué más se puede pedir para empezar?». Pues aún hay más: una escritora empeñada en contar una buena historia; un hombre, dedicado a la adoración del cuerpo, a quien le diagnostican un cáncer; quizás, un impostor; un cadáver fugitivo y un detective kantiano de los que piensan que la razón pura es el bien esencial para descubrir las trampas de este caótico mundo.

Para mi el mejor descubrimiento ha sido el propio Ellery Queen, seudónimo de dos primos que escribían al alimón, y que además es el nombre del protagonista de sus novelas, un escritor de novelas policiacas con licencia de detective y que vive con su padre, inspector de policía. Todo un montaje. Pero no se queda atrás la rapidez de la narración. En este caso, un asesinato en una casa, pero el cadáver es escamoteado a la policía en dos ocasiones y ante sus propias narices; además, la principal sospechosa, de la que Ellery se enamora, es escondida por éste en su propia casa (es decir, en la de su padre, el policía encargado del caso) durante varios días. Por momentos es divertida, por momentos es angustiosa (las escenas finales, con carreras por el bosque para salvar a la chica y persecuciones de coches incluidas son cinematográficas del todo), y siempre sorprendente. Para ayudar, los autores utilizan trucos muy efectivos. Así, cuando el cadáver, que ya había sido robado una vez y recuperado, es introducido en el furgón del forense, y el asesino entonces se lleva el furgón y el cadáver literalmente en las narices de todos, todo esto no se cuenta, sino que se deduce de las exclamaciones directas de los personajes. De lo más entretenido. ( )