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Cargando... Veo una voz : viaje al mundo de los sordos (1989)por Oliver Sacks
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Inscríbete en LibraryThing para averiguar si este libro te gustará. Actualmente no hay Conversaciones sobre este libro. Oliver Sacks se interna ahora en el insondable silencio de los sordos por medio de una comunidad que existió durante más de dos siglos en Massachusetts, en la que había una forma de sordera hereditaria. Así, los que podían oír eran «bilingües», y podían pensar y hablar de viva voz y también en el lenguaje de señas. Para el autor, el lenguaje de señas no es una mera traducción de las lenguas habladas, sino un lenguaje tan rico y tan efectivo para el pensamiento y la transmisión de la cultura como las diferentes lenguas de los oyentes. Oliver Sacks, neurólogo, psiquiatra y humanista, ha escrito una provocativa meditación sobre la comunicación, la biología y la cultura Con su pasión y curiosidad habituales, Oliver Sacks se interna en el insondable silencio de los sordos profundos, de aquellos que han nacido sin uno de los sentidos básicos para el conocimiento, para la articulación del lenguaje y, por ende, del pensamiento. Pero este viaje al país del silencio, como todos los que emprende Sacks, será una jornada llena de descubrimientos. Y el lector conocerá así la historia de los sordos, los estragos que han causado los «oralistas», losdefensores del lenguaje oral frente al de señas, y sabrá de la existencia de una comunidad que existió durante más de dos siglos en Martha’s Vineyard, Massachusetts, y en la que había una forma de sordera hereditaria y todos aprendían a hablar por señas. Y así, los que podían oír eran «bilingües», y podían pensar y hablar de viva voz y también en el lenguaje de señas, y había un intercambio libre y pleno entre oyentes y sordos. Porque, para el autor, el lenguaje de señas no es una mera traducción de las lenguas habladas, sino un idioma único y alternativo, tan complejo, tan rico y tan efectivo para el pensamiento y la transmisión de la cultura como las diferentes lenguas de los oyentes. Una obra hermosa y conmovedora, un viaje fascinante al corazón de una tierra muy extraña y una provocativa meditación sobre la comunicación, la biología y la cultura. La situación de los sordos es idéntica, en algunos aspectos, en todo el mundo y totalmente distinta en otros. La sordera congénita se da en todas las razas y países, y así ha sido desde el principio de la historia. Afecta a una milésima parte de la población (unas 40.000 personas en España). Samuel Johnson dijo una vez que la sordera es «una de las calamidades humanas más terribles»; pero la sordera en sí no es ninguna calamidad. Una persona sorda puede ser culta y elocuente, puede casarse, viajar, llevar una vida plena y fructífera, y no considerarse nunca, ni ser considerada, incapacitada ni anormal. Lo crucial (y esto es precisamente lo que varía muchísimo entre los diferentes países y culturas) es nuestro conocimiento de los sordos y nuestra actitud hacia ellos, la comprensión de sus necesidades (y facultades) específicas, el reconocimiento de sus derechos humanos fundamentales: el acceso sin restricciones a un idioma natural y propio, a la enseñanza, el trabajo, la comunidad, la cultura, a una existencia plena e integrada. La situación de los sordos no es ideal en ningún país, pero en algunos (en Suecia, por ejemplo) las personas sordas pueden al menos servirse de su propio lenguaje de señas libremente y se las instruye con él; pueden crear un teatro, una poesía, una cultura completa, a partir de él; no sólo pueden formar una comunidad y una cultura viva propias, sino también tener una elevada participación en la cultura general de su entorno, sentirse a gusto en ella; pueden tener muchos amigos oyentes, tantos como sordos; y pueden disfrutar de una sensación de plenitud, de autonomía, de tener un lugar en el mundo, y de propia dignidad. En el otro extremo, en otros países y otras épocas, se ha tratado a los sordos como parias y proscritos: privados de trabajo, de instrucción, hasta de lenguaje, se vieron reducidos a una situación casi infrahumana. España (como la mayoría de los países) se halla en una posición intermedia. España ha demostrado siempre una sensibilidad humana hacia sus ciudadanos sordos y fue precisamente el país en el que, hace casi quinientos años, el monje benedictino Pedro Ponce de León fuera el primero en dedicarse a la enseñanza de los sordos. La situación de los sordos es idéntica, en algunos aspectos, en todo el mundo y totalmente distinta en otros. La sordera congénita se da en todas las razas y países, y así ha sido desde el principio de la historia. Afecta a una milésima parte de la población (unas 40.000 personas en España). Samuel Johnson dijo una vez que la sordera es «una de las calamidades humanas más terribles»; pero la sordera en sí no es ninguna calamidad. Una persona sorda puede ser culta y elocuente, puede casarse, viajar, llevar una vida plena y fructífera, y no considerarse nunca, ni ser considerada, incapacitada ni anormal. Lo crucial (y esto es precisamente lo que varía muchísimo entre los diferentes países y culturas) es nuestro conocimiento de los sordos y nuestra actitud hacia ellos, la comprensión de sus necesidades (y facultades) específicas, el reconocimiento de sus derechos humanos fundamentales: el acceso sin restricciones a un idioma natural y propio, a la enseñanza, el trabajo, la comunidad, la cultura, a una existencia plena e integrada. La situación de los sordos no es ideal en ningún país, pero en algunos (en Suecia, por ejemplo) las personas sordas pueden al menos servirse de su propio lenguaje de señas libremente y se las instruye con él; pueden crear un teatro, una poesía, una cultura completa, a partir de él; no sólo pueden formar una comunidad y una cultura viva propias, sino también tener una elevada participación en la cultura general de su entorno, sentirse a gusto en ella; pueden tener muchos amigos oyentes, tantos como sordos; y pueden disfrutar de una sensación de plenitud, de autonomía, de tener un lugar en el mundo, y de propia dignidad. En el otro extremo, en otros países y otras épocas, se ha tratado a los sordos como parias y proscritos: privados de trabajo, de instrucción, hasta de lenguaje, se vieron reducidos a una situación casi infrahumana. España (como la mayoría de los países) se halla en una posición intermedia. España ha demostrado siempre una sensibilidad humana hacia sus ciudadanos sordos y fue precisamente el país en el que, hace casi quinientos años, el monje benedictino Pedro Ponce de León fuera el primero en dedicarse a la enseñanza de los sordos. «[Tuve] discípulos que eran sordos y mudos de nacimiento, hijos de grandes señores é personas principales, a quienes enseñé a hablar, y leer, y escribir, y contar, y a rezar, y ayudar a misa y saber la doctrina cristiana, y saberse por palabra confesar, é algunos latín, é algunos latín y griego, y [a uno incluso] entender la lengua italiana...» Ponce de León resumió la experiencia de toda la vida en el libro Doctrina para los mudos sordos, cuyo manuscrito no se ha encontrado y que probablemente se perdió o fue destruido en el siglo XIX. Pero la personalidad de este primer maestro de los sordos sigue reverenciándose hoy en España y su retrato cuelga, como un icono, en casi todos los centros para sordos del país. sin reseñas | añadir una reseña
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El autor se interna en el insondable silencio de los sordosprofundos. No se han encontrado descripciones de biblioteca. |
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