Fusako es viuda, joven y rica empresaria. Tiene un hijo de trece años, Noboru, buen chico pero que, en secreto, forma parte de una especie de banda de preadolescentes que se dedican a charlar, afirmando que el mundo no tiene sentido y que solo ellos son realmente inteligentes. Por lo visto, han decidido que lo mejor es extirpar todo sentimiento y actuar de la manera más fría posible. Un buen día, por experimentar, matan y despedazan salvajemente a un gato. Mientras tanto Fusako se ha enamorado de Ryuji, un marino mercante que aspiraba a la gloria oculta en algún lugar del mar, pero que por amor se baja del barco y se instala en tierra, renunciando a sus sueños. Noboru al principio admira al amante de su madre, pero cuando se da cuenta de su renuncia, le despreciará, eso sí, sin alterar sus impecables modales. ¡Ah, se me olvidaba! El chico ha descubierto un agujero por el que puede espiar el dormitorio de su madre desde su propio cuarto.

Al principio cuesta un poco meterse en el ritmo de la novela y en los recovecos de los pensamientos de los personajes, pero pronto le coge uno el tranquillo. Me ha gustado la finura con la que se describen los sentimientos de los tres, pero también la agudeza de algunas descripciones y la poesía con la que de vez en cuando Mishima consigue transmitir la experiencia de una luz o de una impresión mediante imágenes sorprendentes y muy efectivas. Como digo, hay que pillarle el ritmo, pero una vez que se hace acaba uno muy contento de haber leído esta novela. ( )