Mientras los griegos ricos se las ingenian para no pagar impuestos, los griegos empobrecidos por la crisis sólo pueden indignarse ante el escandaloso fraude fiscal o desesperarse ante el empeoramiento de la situación. Sin embargo, un hombre ha decidido pasar a la acción y tomarse la justicia por su mano. Con cartas de amenaza y armas anticuadas, se dispone a ajustar cuentas. Entretanto, en la Atenas al borde de la quiebra, todo está patas arriba, excepto el Departamento de Homicidios. No hay crímenes, sólo rutina y burocracia. Cuando encuentran el cadáver de la primera víctima que s ecobra ese peculiar justiciero, el comisario Kostas Jaritos casi siente alivio. Su jefe le ha hablado de un posible ascenso, pero de momento le han recortado el sueldo y su hija Katerina piensa en emigrar porque no encuentra trabajo. Y él tiene que atrapar a un asesino que realiza una obra "providencial", apaludida por muchos ciudadanos.

El comisario Jaritos tiene que buscar a un tipo que va por ahí matando a defraudadores de Hacienda, con la cosa de que previamente les conmina a regularizar su situación. Después del segundo asesinato, convenientemente aireado, un buen montón de estafadores entregan lo que debían y el Estado griego recibe algunos milloncejos con los que no contaba, de manera que el asesino se convierte en alguien muy popular, que consigue por sí solo lo que toda la maquinaria burocrática no ea capaz de conseguir.

Como siempre en este autor, la trama es secundaria, aunque se mantiene bastante bien. Lo importante son los infinitos atascos y cortes de tráfico producidos por innumerables manifestaciones y protestas, los barrios antaño prósperos y ahora casi fantasmales, la corrupción tan extendida como casi inevitable y el ambiente general de desesperación en el que hasta un asesino puede servir de héroe que dé esperanza a la gente. Y mientras le persigue, Jaritos se encuentra con dos suicidios producto directo de la crisis económica. Por eso, en medio de los personajes entrañables y del costumbrismo, esta es una novela muy triste. ( )

Flojiata, perdió fuerza Kostas. EL autor se repite aquí bastante. En medio de la gran crisis griega aparece un vengador anónimo que mata a evasores fiscales, en el medio Katerina quiere irse del país porque cree que no tiene futuro.
El vengador luego empieza a matar políticos corruptos y no hay pista alguna ( )

Mientras los griegos ricos se las ingenian para no pagar impuestos, los griegos empobrecidos por la crisis sólo pueden indignarse ante el escandaloso fraude fiscal o desesperarse ante el empeoramiento de la situación. Sin embargo, un hombre ha decidido pasar a la acción y tomarse la justicia por su mano. Con cartas de amenaza y armas anticuadas, se dispone a ajustar cuentas. Entretanto, en la Atenas al borde de la quiebra, todo está patas arriba, excepto el Departamento de Homicidios. No hay crímenes, sólo rutina y burocracia. Cuando encuentran el cadáver de la primera víctima que se cobra ese peculiar justiciero, el comisario Kostas Jaritos casi siente alivio. Su jefe le ha hablado de un posible ascenso, pero de momento le han recortado el sueldo y su hija Katerina piensa en emigrar porque no encuentra trabajo. Y él tiene que atrapar a un asesino que realiza una obra «providencial», aplaudida por muchos ciudadanos. ( )

La continuación de "Con el agua al cuello". No es necesario haberse leído el primero pero conviene porque así se comprende mejor el perfil de los personajes. Esta vez el comisario Jaritos anda detrás de alguien que mata con flecha y cicuta. Los objetivos de quién asesina: los que defraudan a la Hacienda griega o los que se han beneficiado de ella con trato de privilegio. Jaritos sigue mostrando su gusto por llevarnos por las calles de Atenas de un lado para otro. ( )