Los numerosos premios recibidos ya nos dan la pista de que este pequeño álbum sin palabras esconde algo grande. Tan importante como una diminuta ventana por la que poder precipitarnos al inmenso mundo, tanto al real como al fantástico que la literatura nos ofrece. Por ello cuando la pequeña protagonista encuentra al azar un libro rojo enterrado en la nieve, nunca imaginará que al abrir sus páginas ella misma pueda convertirse en un nuevo personaje de la historia. Que al igual que ese muchacho del papel, que también lee un tomito encarnado en unas remotas tierras tropicales, ella puede ir modificando el relato con sus propios pasos.

Publicidad

La reconocida ilustradora norteamericana (Chicago, 1963), se adentra por un lado en el terreno de la metaliteratura, ese sueño borgiano del libro dentro del libro que a la postre nos contiene. Pero, al abarcar distintos niveles de lectura, también representa lo que la literatura puede unir -la historia de una amistad entre gentes bien dispares-, o nos transmite cómo las barreras del tiempo y el espacio se disuelven cuando un buen libro cae en nuestras manos.

De la misma forma, todo lo anterior se materializa en las sencillas viñetas y una estructura circular que deja la puerta abierta hacia las nuevas interpretaciones que le dé el próximo lector. No en vano, el hecho de que la propia portada carezca de título es ya en sí mismo toda una declaración de intenciones por parte de la autora. En definitiva, una oportunidad preciosa para que los niños aprecien la delgada línea que separa la realidad de la ficción y descubran ese sentido lúdico del libro como juego de espejos. ( )