310-1

Quevedo es un genio de la mala leche. Sin duda, el gran maestro de los juegos conceptuales y verbales, puesto aquí al servicio de la sátira descarada y descarnada. Es lo que hay, el mundo es así de cabronazo y lo demás son juegos florales. Pablos, el buscón, trata, sinceramente al parecer, de hacerse un hombre de bien, pero en su tiempo es imposible, y así lo dice la memorable frase final de la obra: "... Pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres". Esta idea, que subyace en toda la obra, está aderezada con sucesos chuscos, ridículos y algunos francamente cómicos. El protagonista no es un desgraciado: unas veces recibe pero otras veces da, y en ocasiones las cosas le salen medio bien. Como cualquiera. Pero el determinismo social, y casi biológico, le persigue. Con todo, la obra mantiene un tono excelente en su primera mitad, con momentos realmente antológicos, como todo el capítulo dedicado al dómine Cabra e incluso la descripción de la vida de los buscones de Madrid. Hacia el final decae el ritmo, y parece que Quevedo busca terminar el libro cuanto antes, como si tuviese el plan trazado (Pablos, después de ser expulsado de Madrid, va a Sevilla y desde allí se embarca a Indias) pero las primeras etapas, hasta llegar a la corte, se le hubiesen ido de las manos en cuanto a extensión y hubiese optado por cortar por lo sano. El final es simplemente abrupto, incluso chapucero. Desluce el resto, la verdad.

La edición es bastante buena, pero tiene el inconveniente de las notas al final, bastante incómodas. La introducción, pelín pedante. ( )

Es una de las obras de Francisco Quevedo, escrita entre 1603 y 1608, lo que hace de ella una de las primeras novelas del género picaresco. Fernando Lázaro Carreter considera que la primera versión fue redactada en 1603-1604, mientras que Francisco Rico indica 1605. Frente a esta opinión generalizada, Américo Castro considera que debe ser una obra de madurez, y sitúa su redacción hacia 1620. ( )