Hasta la fecha, la menos interesante de las aventuras de Tarzán que he leido. Lord Greystoke, que resulta ser ya abuelo, decide probar un aeroplano que han puesto a su disposición, y así, naturalmente, acaba accidentado en un país completamente desconocido para él, donde unas brutales mujeres imponen una ley salvaje a los varones. Tarzán escapa de allí no sin aleccionar a uno de aquellos hombres en cómo defenderse, lo que les traerá una inversión de papeles en su civilización, considerada por el autor mucho más natural y benéfica. Pero, en su camino de vuelta, Tarzán topa con toda otra civilización, esta vez una suerte de ciudades-estado habitadas por pigmeos blancos, extremadamente hábiles en la guerra, cultos y nobles, pero enfrentados entre sí. Primero huésped de una ciudad, y luego cautivo en otra (un mago ha encontrado la forma de reducir el tamaño de las cosas, y eso hace con Tarzán), nuestro héroe no parará hasta acabar con los malos, casar entre sí a los buenos y volver a su casa con la satisfacción del deber cumplido. Un poco rollete, la verdad. ( )