Lo atractivo para mí de estos poemas es su optimismo y alegría. No tanto porque sean poemas "festivos", sino por la insistencia de Guillén en la felicidad profunda que da simplemente el ser. Para él, la mera existencia es un milagro, una maravilla. La visión de las cosas, de cualquier cosa (una sombra de hojas en la mesa, un sillón, un lápiz y, por supuesto, los seres queridos, en especial los hijos pequeños) deja atónito al poeta, fascinado por su simple presencia. Por eso utiliza casi siempre, con algunas excepciones, las formas clásicas, con lo que los poemas adquieren una sonoridad especial que atrae; esto se combina con el gusto por las frases o los versos breves, de ritmo cortante. El pasmo metafísico del autor a veces llega hasta lo religioso y otras se queda en lo filosófico, pero en todo caso es un ejemplo de alegría profunda. ( )