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Sobre El Autor

Tulku Thondup was born in East Tibet and trained from childhood at the famed Dodrupchen Monastery. He was a visiting scholar at Harvard University from 1980 to 1983. Since then, he has lived in Cant bridge, Massachusetts, where he writes and translates under the auspice of the Buddhayana mostrar más Foundation. His books include The Healing Power of Mind and Peaceful Death, Joyful Rebirth. mostrar menos

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Obras de Tulku Thondup

Zangdok Palri: The Lotus Light Palace of Guru Rinpoche (2012) — Contribuidor; Contribuidor — 10 copias

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Perfect Conduct: Ascertaining the Three Vows (1999) — Prólogo, algunas ediciones72 copias

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EL PODER CURATIVO DE LA MENTE

PROLOGO

Tolku Thundop, El poder curativo de la mente 1 El poder curativo de la mente Tulku Thondup PRÓLOGO Uno de los mayores logros de la ciencia moderna ha sido descubrir que la mente y el cuerpo no son cosas separadas e independientes, sino una sola en- tidad vista desde diferentes ángulos. Descartes se equivocó al separar cuerpo y mente. Y la medicina occidental, que ha seguido sus pasos, se ha equivocado también al dejar de lado la importancia del estado mental de los pacientes a la hora de evaluar su estado de salud, Un análisis de más de cien estudios que relacionan las emociones y la salud aporta una prueba de la estrecha relación entre la mente y el cuerpo: la gente que padece algún malestar crónico (que está ansiosa y preocupada, deprimida y pesimista, o enojada y hostil) tiene el doble de posibilidades de padecer alguna enfermedad grave en el futuro. El tabaco aumenta el riesgo de padecer alguna enfermedad grave en un 60%; el malestar emocional crónico lo aumenta en un 100%. Así pues, comparado con el tabaco, el malestar emocional es mucho más nocivo para la salud. Los investigadores del nuevo campo científico de la psiconeuroinmunología, que estudia las relaciones biológicas entre la mente, el cerebro y el sistema inmu- nológico, están explorando los misteriosos mecanismos que conectan la mente y el cuerpo, y descubriendo que los focos emocionales del cerebro se hallan estrechamente ligados no sólo al sistema inmunológico, sino también al sistema cardiovascular. Cuando sufrimos una tensión nerviosa crónica, cuando el cuerpo se ve continuamente impulsado a « luchar o huir», con la consecuente descarga de hormonas, disminuye la capacidad del sistema inmunológico para defenderse de los virus y atajar cánceres incipientes, al tiempo que el corazón se ve obligado a aumentar la presión sanguínea y bombear desesperadamente a fin de preparar el cuerpo para una emergencia. La consecuencia final de ello es que aumenta nuestra vulnerabilidad frente a enfermedades de todo tipo. En cambio, una mente que está en paz consigo misma protege la salud del cuerpo. Éste es uno de los principios fundamentales de la medicina tradicional tibetana, un sistema ancestral que nunca ha olvidado la relación crucial entre cuerpo y mente. Tulku Thondup, adepto de la rama nyingma del budismo tibetano, ha destilado para los occidentales la esencia del enfoque que su cultura da a la salud, no sólo la del cuerpo y la mente, sino también la del espíritu. Como explica Tulku Thondup, los tres están estrechamente conectados, Hasta tal punto que podemos «relajar nuestro apego», es decir, soltar las pequeñas y grandes preocupaciones que limitan y constriñen nuestra visión, y relajarnos dentro de un concepto más amplio y espacioso de nosotros mismos y nuestro lugar en el universo; hasta ese punto podemos dominar el poder curativo de la mente. Tulku Thondup nos ofrece algo más que un manual teórico sobre la salud: nos ofrece métodos prácticos, cuya efectividad ha sido demostrada a lo largo de los años por la práctica tibetana. Y al hacerlo diseña un método para curar no sólo el cuerpo, la mente y el espíritu, sino también el corazón. Así pues, este camino del bienestar es una práctica espiritual, una forma de transformar nuestra vida. Daniel Goleman .

INTRODUCCIÓN

Nací en el seno de una humilde familia nómada, en una tienda plantada en las inhóspitas y verdes mesetas del este del Tíbet, rodeadas de las montañas más altas del mundo y los ríos más caudalosos. La tierra estaba cubierta de nieve durante casi ocho meses al año. Mi familia pertenecía a un grupo tribal que vivía en tiendas y se dedicaba a la cría de diversos animales domésticos, como yacs, caballos y ovejas. Varias veces al año trasladábamos nuestros campamentos a otros valles en busca de pastos frescos para alimentar a los animales. Cuando contaba cinco años sucedió algo que cambió drásticamente mi vida: me reconocieron como la reencarnación de un famoso maestro religioso del monasterio de Dodrupclien, una importante institución docente del este del Tíbet. Los budistas aceptan los principios de la reencarnación y del karma, de modo que los tibetanos creen que, al morir, los grandes maestros se reencarnan en otras personas que tendrán grandes dotes para beneficiar a la gente. Mis padres lamentaron mucho tener que separarse de mí, pues yo era su único hijo, pero me
Tolku Thundop, El poder curativo de la mente 3 entregaron al monasterio sin dudarlo. Estaban orgullosos y se sentían profundamente privilegiados porque de la noche a la mañana su hijo se había convertido en un personaje respetado en el valle. De pronto cambiaron todos los aspectos de mi vida. No tuve una infancia normal ni la oportunidad de jugar con otros niños. Unos tutores solemnes cuidaban de mi y me atendían con respeto, pues me habían reconocido como la reencarnación de su maestro. A los niños siempre les resulta más fácil que a los adultos adaptarse a las situaciones nuevas, y yo me sentía como en casa llevando mi nueva vida. Adoraba a mi familia, sobre todo a mi abuela, pero les pedí que no entraran en el monasterio pese a que les habían concedido un permiso temporal especial. La gente interpretó mi gesto como otra prueba de que yo había vivido en el monasterio en mi vida anterior. Dedicaba el día entero, desde el amanecer hasta el ocaso, al estudio y la oración. En aquel ambiente, la mayor parte del tiempo me sentía invadido de alegría y de paz. Mis tutores eran personas muy compasivas, comprensivas y prácticas. No eran monjes autoritarios ni de mentalidad rígida, como podría parecer, aunque a veces sí se mostraban un tanto estrictos. Eran unos seres humanos amables, humildes, cariñosos, sonrientes y llenos de alegría. Pasado un tiempo dejé de sentir la necesidad de jugar o de ir de un lado para otro sin un propósito determinado. Ni siquiera sentía la necesidad de mirar a mi alrededor, y podía pasarme horas sentado e inmóvil. Primero hice los votos de novicio y luego los de monje. Me rapaban el pelo una vez al mes aproximadamente, y después del mediodía no comíamos nada hasta la mañana siguiente. Nuestros días se regían por los ciclos del sol y de la luna. No vi ningún avión ni ningún automóvil hasta que tuve dieciocho años. Creo que el producto más sofisticado de la tecnología moderna que vi antes de dejar el monasterio fue un reloj de pulsera. Para nosotros el budismo no sólo era meditación, estudio y ceremonia, sino una forma de vida y de existencia. El budismo enseña que la identidad esencial de todos los seres es la mente, pura, apacible y perfecta por naturaleza. La mente es Buda. Como ya sabemos, cuando nuestra mente se encuentra libre de la presión de las situaciones externas y de las emociones, se vuelve más serena, abierta, sabia y espaciosa. En el monasterio me inculcaron la importancia de abandonar la actitud que los budistas llaman «aferrarse al yo», de combatir la percepción errónea de que hay una entidad sólida y permanente en nosotros y en los demás seres y cosas. El «yo» es un concepto fabricado por la mente simple, no por la verdadera naturaleza de la mente. El apego al yo, la dependencia de, es la raíz de los trastornos mentales y emocionales, la causa de todos nuestros sufrimientos. Ésta es la clave que nos permite comprender la esencia del budismo, su espíritu y su talante. En este sentido el budismo es radical: afirma que el sufrimiento lo causa algo que nuestra mente está haciendo antes incluso de que lleguemos a mostrar algún comportamiento torpe o problemático, o a realizar algún discurso agresivo; antes de que nos veamos sumidos en el sufrimiento, la enfermedad, la vejez y la muerte, de los que no puede librarse ningún ser humano. El budismo atribuye todos los problemas al hecho de aferrarse al yo. El gran maestro budista Shantideva definió el yo al que nos aferrarnos como el «monstruo malvado»:. Tolku ThundopToda la violencia, el miedo y el sufrimiento que existen en el mundo proceden del apego al yo. ¿Para qué te sirve ese gran monstruo malvado? Si no sueltas el yo, tu sufrimiento nunca tendrá fin, al igual que si no sueltas una llama, nunca dejarás de quemarte. Pero ¿cómo podernos despegarnos del yo? En mi caso, la comprensión de mi verdadera naturaleza no era posible a una edad tan tierna y en una etapa tan temprana de mi educación. Sin embargo, a medida que iba alcanzando niveles superiores de disciplina física y mental, la atención, la compasión, la devoción, la contemplación y la percepción pura fueron inspirándome y animándome. De ese modo alcancé niveles progresivos de independencia mental y emocional del yo, y obtuve más fuerza interior, más conciencia y más amplitud, A medida que mi mente conocía gradualmente su naturaleza apacible y yo aprendía a utilizarla para relajarme, la confusión provocada por las circunstancias externas empezó a tener menos impacto en mis sentimientos y resultó más fácil de dominar. Las experiencias de la naturaleza apacible y abierta de la mente me permitieron suavizar los momentos más duros de mi vida y conservar la fuerza y la alegría tanto en las circunstancias positivas como en las negativas. Debido a los cambios políticos que se produjeron en el Tíbet, a los dieciocho años tuve que viajar durante muchos meses acompañado por mis dos maestros y otros ocho amigos. Recorrimos más de mil millas a través del Tíbet para huir a la India. Cuando estábamos a mitad de camino, en una cueva sagrada situada en un valle perdido, rodeado de altísimas montañas grises, Kyala Khenpo, mi maestro, que me había cuidado desde que yo tenía cinco años y había sido como un padre para mi, exhaló su último suspiro. De pronto me di cuenta de que me había convertido en un huérfano, un fugitivo y un apátrida. Al fin llegamos a la India, una tierra rica en sabiduría y civilización. Por primera vez en muchos meses pude disfrutar de la sensación de frescor a la sombra de los árboles y descansar en la comodidad de los refugios. Muchos de los tibetanos que se habían refugiado en la India, cuyo número ascendía a unos cien mil, murieron al no poder adaptarse a los cambios de alimentación, agua, clima o altitud. A los que logramos sobrevivir nos asaltaba día y noche el recuerdo de los seres queridos a los que habíamos dejado atrás en el Tíbet, condenados a una dura existencia. Durante aquellos tristes días, lo único que me proporcionaba guía y consuelo era la luz de la sabiduría del budismo que llevaba en mi corazón. Si se presentaba un problema que tenía solución y merecía ser atendido, intentaba dedicar mi vida a solucionarlo con una mente apacible, una actitud abierta y un estado de ánimo alegre. Si el problema no tenía solución, procuraba no consumirme ni malgastar tiempo y energías en vano. En cualquiera de esas dos situaciones intentaba despegarme de las emociones y las obsesiones de la mente, no aferrándome a ellas, no ahogándome en ellas ni preocupándome por ellas, pues sabía que con eso sólo conseguiría empeorar la situación. Shantideva dice: Si puedes solucionar un problema, ¿para qué vas a preocuparte?
… (más)
 
Denunciada
FundacionRosacruz | Feb 12, 2018 |

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