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Longus

Autor de Dafnis y Cloe

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Sobre El Autor

The pastoral Daphnis and Chloe, the best of the ancient Greek romances, is attributed to Longus. Nothing is known of his life except what he states in his prologue to the work. His passionate love story of two foundlings raised together by shepherds on Lesbos is sweetly told and has been mostrar más persistently admired for its bucolic charm. (Bowker Author Biography) mostrar menos

Incluye el nombre: Longos

Obras de Longus

Dafnis y Cloe (0200) — Autor — 1,096 copias
Longus, Daphnis and Chloe (2019) 2 copias

Obras relacionadas

Three Greek Romances (1656) — Autor — 114 copias
Romans grecs et latins (1958) — Contribuidor — 24 copias
Great Short Novels of the World (1927) — Contribuidor — 15 copias
Ravel: Daphnis et Chloé / La valse (1995) — Original story — 10 copias

Etiquetado

Conocimiento común

Fecha de nacimiento
2nd c. CE
Fecha de fallecimiento
2nd c. CE
Género
male
Nacionalidad
Greece

Miembros

Reseñas

De las escasas cinco novelas griegas de la antigüedad que se han conservado íntegras, Dafnis y Cloe es, sin duda, aquella que ha demostrado tener más vigencia en el tiempo e importancia en el conjunto de la literatura europea. Inserta en la tradición bucólica griega, la novela -traducida y anotada por Jorge Bergua- narra el nacimiento y desarrollo del idilio entre dos adolescentes apasionados e ingenuos situados en un paisaje arcádico y pastoril, a la par que su iniciación y educación eróticas. Como apunta Carlos García Gual en el riguroso y ameno texto introductorio que aporta a este volumen, la novela de Longo De Lesbos guarda aún hoy «una extraña seducción, como la de un mito algo maravilloso y de sabor añejo, inverosímil e ingenuo dentro de su marco realista, y perfumado con un pertinaz y misterioso encanto».… (más)
 
Denunciada
Natt90 | 18 reseñas más. | Mar 29, 2023 |
DAFNIS Y CLOE

FRAGMENTO -Libro primero, :

Ciudad de Lesbos es Mitilene, grande y hermosa. La parten canales, por donde entra y
corre la mar, y la adornan puentes de lustrosa y blanca piedra. No semeja, a la vista, ciudad,
sino grupo de islas.
A unos doscientos estadios de Mitilene, cierto rico hombre poseía magnífica hacienda,
montes abundantes de caza, fértiles sembrados, dehesas y colinas cubiertas de viñedo: todo
junto a la mar, cuyas ondas besaban la arena menuda de la playa.
En esta hacienda, un cabrero llamado Lamón, que apacentaba su ganado, halló a un
niño, a quien criaba una cabra. En el centro de un matorral, entre zarzas y hiedra trepadora,
y sobre blanco césped, reposaba el infantico. Allí solía entrar la cabra, de suerte que
desaparecía a menudo, y abandonando su cabritillo, asistía a la criatura. Lamón notó estas
desapariciones, y se compadeció del cabritillo abandonado; pero un día, en el ardor de la
siesta, siguiendo la pista de la cabra, la vio deslizarse con cautela entre las matas, a fin de
no lastimar con las pezuñas al niño, el cual, como si fuera del pecho materno, iba tomando
la leche. Maravillado Lamón, que harto motivo había para ello, se acercó más, y vio que la
criatura era varón, bonito y robusto, y con prendas más ricas de lo que prometía su corta
ventura, porque estaba envuelto en mantilla de púrpura con hebilla de oro, y al lado habla
un puñalito, cuyo puño era de marfil. Lo primero que discurrió Lamón fue cargar con
aquellas alhajas y abandonar al niño; pero avergonzado luego de no remedar siquiera la
compasión de la cabra, no bien llegó la noche, lo llevó todo, niño, cabra y alhajas, a su
mujer, Mirtale, a la cual, para que se le quitase la aprensión de que las cabras parieran
niños, le contó lo ocurrido; cómo halló a la criatura, cómo la cabra la amamantaba y cómo
él había tenido vergüenza de dejarla morir. Y siendo Mirtale del mismo parecer, ocultaron
las alhajas, prohijaron al niño y encomendaron a
la cabra su crianza. A fin de que el nombre
del niño pareciese pastoral, decidieron llamarle Dafnis.
Dos años después, otro pastor de los vecinos campos, cuyo nombre era Dryas, halló y
vio algo semejante cuando apacentaba su rebaño. Había una gruta consagrada a las Ninfas,
gran roca, hueca por dentro, y en lo exterior, redonda. En esta gruta se veían figuras de
Ninfas, hechas de piedra, los pies descalzos, los brazos desnudos hasta los hombros, los
cabellos esparcidos sobre la espalda y la garganta, el traje ceñido a la cintura y una dulce
sonrisa en entrecejo y boca; todo el aspecto de ellas, como si hubiesen bailado en coro. En
el fondo de la gruta se levantaba un poco el terreno, y de allí manaba una fuente, cuyas
aguas se deslizaban formando manso arroyo, y alimentando en torno un prado amenísimo,
de copiosa y blanda grama cubierto. Allí se veían suspendidos tarros, colodras, flautas,
pífanos y churumbelas, ofrendas de antiguos pa
stores. A este templo de las Ninfas acudía
una oveja que había ya criado corderos, y el pastor Dryas sospechaba a veces que se le
había Perdido. Queriendo, pues, corregirla y traerla de nuevo a su antiguo y tranquilo modo
de pacer, tejió con sutiles varitas de mimbre verde uno a modo de lazo, y entró en la gruta a
fin de coger la oveja; pero no bien llegó cerca, vio lo que no esperaba: vio a la oveja que,
con ternura verdaderamente humana, daba su ubre, para que de ella sacase abundante leche,
a una criaturita, la cual, con avidez, pero sin llanto, aplicaba la boca pura y limpia, ya a una
teta, ya a otra, y cuando se había hartado de mamar, la oveja le lamía la cara. Esta criatura
era una niña, y tenía pañales y otras prendas para poder ser reconocida; toquillas y chinelas
bordadas de hilo de oro, y ajorcas de oro también.
Considerando divino tal hallazgo, y enseñado por la oveja a compadecer y amar a la
niña, Dryas la tomó en sus brazos, guardó aquellas prendas en el zurrón y rogó a las Ninfas
que le dejasen criar con buena suerte a la que se había puesto bajo su amparo. Y como ya
era tiempo de llevar la manada al aprisco, volvió a su cabaña, contó a su mujer lo ocurrido,
le mostró a la niña, y la exhortó a tomarla por hija, ocultando cómo había sido hallada.
Napé, que así se llamaba la pastora, amó desde luego a la niña como madre, recelosa de que
la oveja no la venciese en ternura y en prueba de que la niña era su hija, le puso el nombre
de Cloe...

Notas del traductor:

Los clasicistas severos, que es época de decadencia esta en que apareció la novela de dicha clase. Verdad que el siglo de loro de las letras griegas fue el de Pericles; pero autores eminentes hubo en épocas muy distintas, nuevos períodos de florecimiento y nuevos campos para luchar y vencer se abrieron después en repetidas ocasiones al ingenio helénico; ora bajo los Ptolomeos y otros sucesores de Alejandro, en filosofía, en ciencias exactas y naturales, y en poesía lírica y bucólica; ora bajo la dominación de Roma, en quien infundió Grecia su cultura ora con la aparición y difusión del cristianismo y el gran movimiento de ideas que trajo en pos de sí, aun hasta después de caer el imperio de Occidente. Yo creo que no pueden llamarse épocas de decadencia en una literatura aquellas en que florecen poetas como Teócrito, Bión y Calímaco; prosistas com o Polibio, Plutarco y Luciano; filósofos como Plotino, y escritores tan elocuentes y
pensadores tan profundos como tantos y tantos padres de la Iglesia.

En esta última época, a saber, desde el primero al quinto o sexto siglo de la Era Cristiana, es cuando escriben los principales novelistas griegos de la novela propiamente dicha, o dígase de la novela de costumbres, o más bien de la novela de amor y aventuras, ya que las costumbres no se pintaban entonces con la exactitud de ahora; no se empleaba lo que hoy llamamos o podemos llamar color local y temporal, sino cuando esto salía sin caer en ello los autores; ni mucho menos había, ni era posible que hubiese, este análisis psicológico de las pasiones y afectos, que hoy se usa y agrada tanto. En cambio, el empleo
de lo sobrenatural y prodigioso no era tan difícil como en el día, porque los hombres creían sin gran dificultad, por dónde era llano ingerir en las novelas lo fantástico de las antiguas fábulas filosóficas, religiosas, geográficas e históricas.

Las novelas más famosas y conocidas del expresado género son: la Eubea, de Dión Crisóstomo; el Asno, de Lucio de Patras; Las Efesiacas, de Jenofonte de Éfeso; Teágenes y Clariclea, de Heliodoro; Leucipe y Clitofonte, de Aquiles Tacio, y Las Pastorales, de Longo, o Dafnis y Cloe, que damos aquí traducida, y que es sin duda la mejor de todas, ya que el Asno, de Lucio, es ferozmente obsceno, y la Eubea, de Dion, tiene poco interés, por más que esté lindamente escrita. Las otras novelas de dicha época son en el día harto pesadas de leer. Y las novelas posteriores, del Bajo Imperio, no son más amenas ahora, si bien son en extremo interesantes por lo mucho que influyen en el desenvolvimiento de todas las literaturas del centro y occidente de Europa durante la Edad Media; ya en leyendas y cuentos; ya en poemas y libros de caballerías; ya en el mismo teatro, cuando el renacimiento y después, como sucede por ejemplo, con la historia de Apolonio de Tiro, el poema de Alejandro y las historias troyanas.

Según ya hemos dicho, aunque nuestro elogi o se atribuya a pasión de traductor Dafnis y Cloe es la mejor de todas estas novelas; la única quizá que, por la sencillez y gracia del argumento, por el primor del estilo, y en suma, por su permanente belleza, vive y debe gustar en todo tiempo. ..
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Denunciada
FundacionRosacruz | 18 reseñas más. | Apr 5, 2018 |

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