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Granada, se ve a blanquear a lo lejos, tendida en los cerros umbrosos de la Alambra y el Albaic n, como una odalisca envuelta en c ndido alquicel, echada sobre oscuros almohadones... Ya no se percib an sus pormenores y detalles... S lo se divisaba una elegante r faga la de blancura, intensamente alumbrada por el sol, bajo el risue o azul del pur simo firmamento. Un paso m s, y todo aquel cuadro de la poblaci n, la vida, la riqueza, la hermosura, la actividad humana la desaparecer a s bitamente. Delante de nosotros se prolongaba, girando hacia la izquierda, un angosto pasaje, rido y feo, pedregoso y sombr o, que contrastaba de un modo horrible con la maravillosa vista que est bamos contemplando... Aquel cr tico punto era, por consiguiente, el lugar en que Boabdil dio el supremo adi s a la ciudad en que hab a nacido, que hab a sido suya, y que no deb a de volver a ver en toda su vida.… (más)
Á los señores D. José de Espejo y Godoy (de Múrtas) y D. Cecilio de Roda y Pérez (de Albuñol) y á los demas hijos de la Alpujarra que lo agasajaron en aquella noble tierra dedica este libro en señal de agradecimiento á su generosa hospitalidad el autor.
Primeras palabras
Principiemos por el principio. Muy poco despues de haberme encontrado yo á mí mismo (como la cosa más natural del mundo) formando parte de la chiquillería de aquella buena ciudad de Guadix, donde rodó mi cuna (y donde dicho sea de paso, está enterrado Aben-Humeya), reparé en que me andaba buscando las vueltas (...)
Citas
Últimas palabras
Llegó efectivamente á la puerta de la fúnebre morada: llamó, y le abrieron: volvióse entónces hácia mí, como adivinando que yo no me habia movido de aquel sitio; saludóme familiarmente con la mano, y pentró en la mansion de los muertos. Era el sepulturero de Albuñol. Fin.
Granada, se ve a blanquear a lo lejos, tendida en los cerros umbrosos de la Alambra y el Albaic n, como una odalisca envuelta en c ndido alquicel, echada sobre oscuros almohadones... Ya no se percib an sus pormenores y detalles... S lo se divisaba una elegante r faga la de blancura, intensamente alumbrada por el sol, bajo el risue o azul del pur simo firmamento. Un paso m s, y todo aquel cuadro de la poblaci n, la vida, la riqueza, la hermosura, la actividad humana la desaparecer a s bitamente. Delante de nosotros se prolongaba, girando hacia la izquierda, un angosto pasaje, rido y feo, pedregoso y sombr o, que contrastaba de un modo horrible con la maravillosa vista que est bamos contemplando... Aquel cr tico punto era, por consiguiente, el lugar en que Boabdil dio el supremo adi s a la ciudad en que hab a nacido, que hab a sido suya, y que no deb a de volver a ver en toda su vida.